(Los Guayos, 31 de octubre de 2020).- La Revolución Bolivariana en Venezuela estuvo precedida por cuatro décadas del Pacto de Punto Fijo, con el que el bipartidismo de socialdemócratas y socialcristianos se repartió el gobierno desde 1958 a 1999. El imperio norteamericano no tuvo necesidad, aquí, de hacer uso de las Fuerzas Armadas. El Plan Cóndor fue aplicado a la perfección por los partidos de la burguesía, que no se quedaron atrás en sus métodos de persecución, tortura y muerte a toda expresión de lucha y resistencia del pueblo.
Ese fue el tiempo de Alí Primera, el cantor del pueblo bolivariano. Nació el 31 de octubre de 1941 en Coro, Estado de Falcón, fue bautizado como Ely Rafael Primera Rosell. Creció en la península de Paraguaná: grandes extensiones de tierra árida junto a un enorme y turquesa Mar Caribe.
Trabajó desde los seis años, con el objetivo de colaborar en la economía del hogar sostenido por su madre. Junto a ella, en el campo, Alí se nutrió de todos los aspectos de la vida del campesino venezolano. A muy temprana edad, aprendió de su tío a tocar el cuatro, y muy joven también, adoptó la bandera del gallo rojo, como militante del Partido Comunista de Venezuela (PCV). Alí hizo de la canción una tarea militante, de denuncia, de conciencia, de formación y de amor:
“Cuando el soldado no sirva a la Patria en el jardín de un general, cuando las águilas se arrastren, cuando no se hable por hablar, cuando no existan oprimidos, entonces, le cantaré a la paz”.
A los 19 años se fue a vivir a Caracas, donde terminó la secundaria e ingresó a la Universidad Central de Venezuela para formarse como ingeniero químico. Fue durante estos años que dio inicio a su oficio de cantor, presentando sus creaciones en festivales estudiantiles. En 1967 fue a estudiar a Rumania con una beca del PCV. Grabó su primer disco en Alemania, en 1972. En Venezuela, sus canciones fueron censuradas bajo el primer gobierno de Rafael Caldera. Algunos años después, tras regresar, fundó su propio sello discográfico conocido como Cigarrón, a través del cual editó sus canciones.
Al regresar a su país, se dedicó por entero a la lucha con el arsenal que se le había asignado: un cuatro y una guitarra. Y una voz, la más dulce, implacable y hermosa que se sintió por estas tierras.
Nunca vendió su música ni hizo de ésta una mercancía. Era para él, un ejercicio militante, un panfleto, un gesto de solidaridad. Cantó con los estudiantes, con los campesinos, con los obreros. En su composición “Basta de Hipocresía” afirmaba:
“Campesino, por tu propia tierra; obrero por tu propia fábrica; estudiante, por tu propia idea… busquemos lo que ha de emancipar”.
Fue el cantante que resignificó a Simón Bolívar, que lo sacó de las estatuas de bronce para devolvérselo a su pueblo: “Bolívar bolivariano no es un pensamiento muerto, ni mucho menos un santo, para prenderle una vela”, comienza su “Canción Bolivariana”, en la que un niño sostiene un diálogo con el Libertador, para terminar diciendo juntos: “Que si la lucha se dispersa, no habrá victoria popular en el combate”.
Es que Alí Primera logró condensar en su poesía la identidad de un pueblo diverso, pero con las mismas ansias de lucha y libertad. Predijo lo que algunos años después volvería a forjarse: “Llegará el día en que nuestro continente hable con voz de pueblo unido”. La voz de Alí, en cualquiera de sus canciones, es el himno del pueblo de la Revolución Bolivariana.
A todos los compañeros caídos los transformó en poesía: Alberto Lovera, Fabricio Ojeda, Jorge Rodríguez, Ernesto “Che” Guevara, Víctor Jara, Salvador Allende. Pero también cantó a quienes en otras partes del continente sufrían el embate del terror y combatían con su canción, como a Mercedes Sosa, con quien compartió escenario en el histórico festival Abril en Managua:
“Voy a ponerle cuerdas de combate a mi guitarra, y cantar amoroso, una canción para Mercedes. Ella es la Negra buena, y la madre cantora, y la voz trashumante de la Argentina que llora”.
Alí cantó desde la rabia y la resistencia, aunque su mensaje siempre fue de ternura y esperanza. Cantó desde la certeza de un triunfo que se avecinaba, que asomaba, que ya iba llegando. Pero como una enorme ironía de la vida, fue justamente él quien no lo pude ver.
Se fue un 16 de febrero de 1985, en un absurdo accidente automovilístico. Ese día, miles de personas en todo el país lo despidieron como él había pedido en su canción Camarada: “Yo llamo a la vida misma, dulce y buena camarada, y al tener los cuatro metros, de mi tierra liberada, pido que mis camaradas, me despidan con canciones, flores rojas, puño en alto, y me prometan seguir luchando, por la alborada, que también es camarada, que también es camarada”.
Y si como Alí le devolvió a Bolívar a su pueblo, fue Hugo Chávez quien le devolvió a Alí a su pueblo. El 16 de febrero de 2012, el entonces presidente lo recordó como quien volvió a “lanzar con fuerza el canto bolivariano” por las décadas del 70 y del 80 en Venezuela. Según Chávez, Alí “sabía lo que estaba haciendo, nos estaba lanzando un mensaje” que muy pronto “renacería en los cuarteles y también en las calles”.
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